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Primera parte de la entrevista que el actor Sean Penn le hizo a “El Chapo”

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img_1452498050_0627965a2821231f8473“Es 28 de septiembre del 2015. Mi cabeza está hecha un desastre: etiquetando celulares desechables, uno para cada contacto, uno para cada día. Luego, destruir, quemar, comprar, balancear niveles de encriptación utilizando teléfonos seguros (Blackphones), direcciones anónimas de correo electrónico, mensajes sin enviar a los que accedo como borradores.
Es un espectáculo de terror clandestino para el analfabeto tecnológico más grande del mundo. A los 55 años, nunca he aprendido a utilizar una laptop. ¿Todavía hacen laptops? No tengo idea. Son las cuatro de la tarde, otro glorioso día de otoño en Nueva York, entre el bullicio de las calles sobresalen las luces y sirenas de diplomáticos, jefes de estado, oficiales de las Naciones Unidas, agentes del Servicio Secreto y de la policía neoyorquina.
El Papa Francisco visitó el lugar hace dos días. Yo estoy sentado en mi habitación del Hotel Saint Regis con mi colega y hermano, Espinoza.
Espinoza y yo hemos viajado juntos muchos caminos, pero ninguno tan impredecible como el que estamos a punto de tomar. Espinoza es una de esas personas que camina entre lobos, así esté parado en medio de un barrio bravo, una jungla o un campo de batalla. Su elegancia idiosincrática, su sonrisa pícara y su encanto tienen la manera de deshacer las amenzas. Es un hombre fascinante y entregado.
Nos murmuramos uno al otro en código, un descanso de la tecnología que agobia a mi cerebro y a mi alma. Estamos sentados dentro de la tranquilidad de las paredes blindadas de un antiguo hotel en Nueva York, donde los muros son muros, se pueden utilizar los teléfonos sin un doctorado. Hacemos planes en silencio, sensibles a la paradoja de que en nuestro hotel también se hospeda el Presidente de México, Enrique Peña Nieto.
Espinoza y yo dejamos la habitación y salimos del hotel para respirar el aire otoñal y caminar cinco cuadras hacia un restaurante japonés, donde nos encontraremos con nuestro colega ‘’El Alto’’ García.
Pausa: ¿Por qué esto es una paradoja? Lo es porque en la actualidad México tiene dos presidentes y entre esos dos presidentes no es Peña Nieto al que Espinoza y yo planeamos conocer en murmullos. Él no es el que necesitó semanas de planes clandestinos. De hecho, es un hombre más o menos de mi edad pero sin un punto de comparación con una vida normal.
A los cuatro años, yo estaba buscando tesoros imaginarios en el patio de la casa clasemediera de mis padres mientras él dibujaba pesos de fantasía que si fueran reales, sería la única oportunidad para que su familia pudiera soñar más allá de un rancho. Mientras yo surfeaba las olas de Malibú a los nueve años, él ya estaba trabajando en los campos de mariguana y amapola en las remotas montañas de Sinaloa.
En la actualidad, coordina el cartel de drogas más grande que el mundo haya conocido, incluso más grande que el de Pablo Escobar. Él compra y envía, estiman algunos, más de la mitad de toda la cocaína, heroína, metanfetamina y mariguana que circula en los Estados Unidos.
Lo llaman ‘El Chapo’, Joaquín Archivaldo Guzmán Loera. El mismo ‘Chapo’ que hace dos meses humilló al régimen de Peña Nieto e impactó al mundo con su extraordinario escape de la prisión de máxima seguridad de El Altiplano utilizando un túnel de casi una milla impecablemente diseñado por ingenieros.
Este sería el segundo escape del capo más famoso del mundo, el primero fue hace 13 años del penal de Puente Grande, cuando se fugó escondido en un carro de lavandería.
Desde que era un adolescente, el ‘Chapo’ lentamente ascendió en los rangos y construyó una reputación casi mítica: primero, como un sujeto frío y pragmático que era conocido por dar un solo tiro en las cabezas de aquellos que cometían un error durante los envíos y más tarde, a medida que comenzó a establecer el cártel de Sinaloa, se convirtió en un Robin Hood mexicano que proporcionaba los muy necesitados servicios básicos en las montañas de Sinaloa, desde comida hasta caminos y ayuda médica.
Cuando escapó de prisión por segunda vez, se había convertido en toda una figura en el folclor mexicano.
En 1989, el Chapo cavó el primer túnel debajo de la frontera de Tijuana y San Diego y se convirtió en pionero en el uso de túneles para transportar su producto y evadir la captura. Más tarde descubriría que sus ingenieros habían viajado a Alemania el año pasado para someterse a tres meses de entrenamiento intensivo y poder hacerle frente a los mantos freáticos debajo de la prisión. Un túnel equipado con una motocicleta guiada por rieles con un motor modificado para funcionar en espacios con niveles mínimos de oxígeno y permitir al Chapo escapar a través de un hoyo en el suelo de su celda y manejar hacia la libertad. Era este presidente de México el que había aceptado vernos.
No me enorgullezco en mantener secretos que probablemente puedan ser percibidos como una forma de proteger criminales, ni mucho menos presumo las selfies que me piden guardaespaldas desconocidos.
Pero estoy en mi propio ritmo, todo lo que digo debe ser verdad. La confianza que el Chapo depositó en nosotros no era algo para ‘’chingarnos’’.
Esta sería la primera entrevista que da el capo fuera de una sala de interrogatorios, dejándome sin precedentes para medir los riesgos. He visto suficientes videos y fotografías explícitas de personas decapitadas, explotadas, desmembradas y de inocentes llenos de balas; activistas, valientes periodistas y enemigos del cártel por igual.
También estaba muy al tanto de oficiales de la DEA, otros elementos del orden y soldados, estadounidenses y mexicanos, que han perdido sus vidas en la guerra contra las drogas. De las familias decimadas y de las instituciones corrompidas.
Me confortaba un aspecto único en la reputación del ‘Chapo’ entre los demás narcos mexicanos que a diferencia de sus rivales, que se enganchan en violencia y secuestros sin motivo, él es primero un empresario que sólo utiliza la violencia cuando le conviene a él o a sus negocios. Era una de las fortalezas del cártel de Sinaloa, una de sus estrategias más calculadas (una organización cuya cara famosa es el Chapo pero que incluye a Ismael ‘’El Mayo’’ Zambada en la cabeza). Esta estrategia ha hecho posible que el cártel se haya vuelto dominante entre los grupos criminales mexicanos, alcanzando límites más allá del estado rural, con caminos significantes a todas las principales puntos fronterizos de Estados Unidos y México: Juárez, Mexicali, Tijuana y llegando hasta Los Cabos.
Como un ciudadano estadounidense, me inclino a explorar las inconsistencias de los perfiles que nuestro gobierno y los medios han hecho de los enemigos declarados. Nadie desde Osama Bin Laden ha tenido al imaginario colectivo tan ocupado por un fugitivo. Pero, a diferencia de Bin Laden, quien representó la rídicula premisa que toda la población de un país podía ser definida –y en consecuencia cómplice- de las políticas de sus líderes. Al respecto del capo de la droga más buscado, ¿no somos, los estadounidenses, cómplices de nuestros demonios? Nosotros somos los consumidores y, por lo tanto, somos cómplices de cada asesinato y de cada caso de corrupción que merma la capacidad de las instituciones mexicanas y de Estados Unidos de proteger a sus ciudadanos de los resultados del insaciable apetito por las drogas ilegales.
Como cualquier otra cosa, es cuestión de una moral relativa. ¿Qué pasa con los miles de estadounidenses adictos a las drogas que están en prisión por el sólo crimen de su enfermedad?
Encerrados en espacios donde indescriptibles actos inhumanos tienen lugar, en donde no se puede escapar de la violencia y el homicidio es siempre una amenaza, ¿estamos diciendo que lo que es sistémico en nuestra cultura y fuera de nuestro alcance no comparte el equivalente moral de esas abominaciones que tal vez rivalizan los narco homicidios en Juárez? ¿O eso es una distinción para el justo pasivo agresivo?
Hay poca discusión para aceptar que la guerra con las drogas ha fallado: tan sólo el año pasado cerca de 27 mil personas fallecieron en México por crímenes relacionados con las drogas y la demanda sigue creciendo en Estados Unidos.
Mientras trabajaba en Haití, agencias no familiarizadas con la cultura de aquel país me propusieron innumerables veces soluciones teóricas para sus problemas. Tal vez, en la visión limitada de nuestro sistema puritano y acusatorio que ha sido diseñado para combatir las drogas, hemos perdido cualquier contacto con la realidad y nos hemos entregado a la teoría. La guerra contra las drogas cuesta a los contribuyentes estadounidenses un promedio de 25 mil millones de dólares al año y estas políticas sólo han servido para matar a nuestros niños, exprimir nuestras economías y llenar nuestras prisiones. Y con ello, hemos perdido cualquier posibilidad de reformar y de reconocer los probados beneficios que ha dejado la legalización de las drogas recreativas a otros países.
Ahora, en la calle 50, Espinoza y yo entramos al restaurante japonés. El Alto nos espera en un rincón, debajo de un ventilador de techo que distribuye el olor a pescado crudo. Él es un hombre grande, callado y pacífico que rara vez eleva su voz más allá de un murmullo. Ha sido de mucha ayuda en varias de mis previas excursiones. Es culto, está bien conectado y es muy agradable.
Espinoza, en español, lo pone al tanto de nuestros planes y del intinerario. El Alto escucha con atención, aplastando algunos chícharos entre sus dientes. Esto es lo que consideramos un punto sin retorno donde o estamos completamente entregados o abandonamos el viaje. Hemos analizado los riesgos pero me siento confiado y así lo expreso. Me he ofrecido a participar en aventuras que escapan de mi control en numerosos países en guerra, terror, corrupción y desastre. Lugares en donde lo que puede salir mal, sale mal, ha salido mal y aun así salgo de las situaciones en una sola pieza, pero consiente de las precauciones que se deben tomar en medio del caos.
Se acordó que viajaría a Los Ángeles el día siguiente para coordinarme con nuestro principal contacto con el Chapo. Así que ordenamos sake y nos consentimos con un humor operacional que parecía fuera de lugar. Afuera del restaurante, una marcha de México-americanos protestaba contra las probadas violaciones a los derechos humanos cometidas por el gobierno de Peña Nieto que permitieron al país caer en las garras del narco.
En enero del 2012 la actriz mexicana Kate del Castillo, quien se hizo famosa por su papel en La Reina del Sur, expresó en Twitter su desconfianza hacia el gobierno mexicano. Lanzó varios cuestionamientos acerca de la relación entre el narco y el gobierno, en concreto hizo un llamado al Chapo. En ese tuit, compartió un sueño y quizá un estímulo hacia el propio capo:
“Don Chapo, ¿no estaría padre que empezara a traficar con el bien? ¿con las curas para las enfermedades? ¿con comida para los niños de la calle? ¿con alcohol para los asilos de ancianos que no los dejan pasar sus últimos años haciendo lo que se les pegue la reverenda chingada? ¿traficar con políticos corruptos y no con mujeres y niños que terminan como esclavos? ¿Por qué no quema todos esos “puteros” donde la mujer no vale más que una cajetilla de cigarros? Sin oferta no hay demanda, anímese don. Sería usted el héroe de héroes, trafiquemos con amor, usted sabe cómo. La vida es un negocio y lo único que cambia es la mercancía, ¿no cree?’’
Mientras fue ridiculizada por muchas, las ideas de Kate fueron muy compartidas en México. Se pueden escuchar en los narcocorridos más populares del país. Pero sus ideas, a diferencia de las representaciones folclóricas, son una continuidad de su historia de libre expresión y sueños optimistas para su país. Ella ha tomado posturas fuertes en la política, sexo y la religión y está entre los valientes espíritus independientes sin los que no pueden existir las democracias.
Su valentía queda demostrada por su disposición a ser referida en este artículo. Hay fuerzas corruptas y brutales dentro del gobierno mexicano que se han puesto en su contra (según Kate, algunos altos oficiales han tratado de intimidarla) y por ello es una responsabilidad hacer posible que esas voces sean escuchadas.
Tal vez no es una sorpresa que una estrella que creció localmente captara el interés de un singular fan y fugitivo de Sinaloa. Después de leer su postura en Twitter, uno de los abogados del Chapo la contactó para decirle que ‘’El Señor’’ quería mandarle flores como muestra de su agradecimiento. Ella nerviosamente les proporcionó su dirección pero con la vida que lleva una actriz, nunca recibió las flores.
Dos años más tarde, en febrero del 2014, un grupo de la Marina capturó al Chapo en un hotel de Mazatlán tras 13 años de búsqueda. Las imágenes del arresto dieron la vuelta al mundo, y mientras el Chapo era enviado a El Altiplano, sus abogados recibieron cientos de solicitudes de Hollywood para hacer una película de su vida. Con su dramática captura y tal vez, bajo la ilusión de negociaciones seguras ahora que el Chapo estaba en prisión, los gringos estaban desesperados por contar su historia.
La semilla fue plantada y el Chapo, interesado, hizo sus propios planes. Le interesaba ver la historia de su vida contada en un filme pero sólo la confiaría a Kate. El mismo abogado la volvió a buscar, esta vez a través de la ANDA, y el capo y la actriz comenzaron a mandarse cartas y mensajes vía BBM.
Fue durante un evento en Los Ángeles donde Kate conoció a Espinoza. Ella supo que él tenía conexiones con fuentes financieras, incluyendo aquellas que invertían en películas, y le propuso hacer una sociedad para filmar una película sobre el Chapo. Aquí fue cuando Espinoza incluyó a nuestro amigo y colega El Alto. Me enteré de su intención para hacer la película pero no sabía del papel de Kate en el proyecto. Los tres se entrevistaron con el abogado del Chapo para definir una ruta, pero al final se determinó que a pesar de tener acceso directo al capo, no sería suficiente para ponerse a la cabeza de otros proyectos que Hollywood podría realizar con o sin su participación.
Entonces llegó julio del 2015, cuando el Chapo se fugó de prisión. El mundo, particularmente México y Estados Unidos, se quedaron cuadrados, ¿Cómo pudo pasar esto? La DEA y el Departamento de Justicia estaban furiosos, pues el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, se había negado a extraditar al Chapo a los Estados Unidos y luego permitió que se escapara haciendo que él y la administración de Peña Nieto se convirtieran en parias globales.
Seguí las noticias del escape del Chapo y contacté a Espinoza. Nos encontramos en un hotel de París durante agosto. Él me dijo que Kate había estado en contacto con el Chapo, de forma intermitente, a pesar de su escape. Fue entonces que surgió la idea de un artículo para revista. La sonrisa pícara de Espinoza apareció como respuesta de que arreglaría una cita con Kate en Los Ángeles. En un restaurante de Santa Mónica le hice mi propuesta y Kate aceptó funcionar como un puente y mandar nuestros nombres a través de la frontera.
Me respondieron una semana después que El Chapo había aceptado conocernos y llame a Jann Wenner de Rolling Stone. Espinoza, El Alto y yo fuimos asignados para la misión. Con una carta de Jann autorizándolo todo, nos reuniríamos con Kate, quien era nuestro boleto para ganarnos la confianza del Chapo y ponernos en las manos de representantes del cártel de Sinaloa para que coordinaran nuestro viaje. Habíamos hecho planes por casi un mes cuando Espinoza y yo estábamos en Nueva York respirando el aire de finales de septiembre.
Cuatro días después, el 2 de octubre, El Alto, Espinoza, Kate y yo abordamos un avión rentado en Los Ángeles que nos llevó a un aeropuerto en México. En cuanto aterrizamos, un conductor nos llevó al hotel donde nos habían pedido que nos registráramos. Sospechoso de cualquier ser vivo y objeto, revisaba carros, conductores, madres con sus hijos, abuelos, peatones, las azoteos de los edificios y las cortinas cerradas. Hasta buscaba helicópteros en el cielo. Estaba seguro de que la DEA y el gobierno mexicano nos seguían los pasos.
Desde el momento en el que Kate publicó el tuit en 2012 hasta las negociaciones encriptadas para conocer al Chapo, siempre estuve sorprendido de su disposición para recibirnos a pesar de los riesgos. Si Kate estaba siendo vigilada, también lo eran aquellos nombres en la bitácora de vuelo. Nunca vi ningún ojo espía, pero asumo que ahí estaban.
A través de la ventana del auto, mientras nos acercábamos al hotel, vi a un hombre de 40 años vestido de forma casual en la banqueta que simultáneamente daba direcciones a nuestro chofer mientras marcaba un número en su celular. Este era Alonzo, uno de los socios del Chapo.
Tomamos nuestras bolsas y nos bajamos de la camioneta, casi de inmediato desaparece el tráfico alrededor de nosotros. Fuera de nuestra vista hay alguien bloqueando las calles aledañas. Entonces, un convoy de varias camionetas blindadas aparece enfrente de nuestro hotel. Alonzo nos pide entregar nuestros aparatos electrónicos. Yo había dejado mi celular en Los Ángeles, anticipándome a esta situación y mis colegas entregaron los suyos en la recepción del hotel.
Nos subimos a otros vehículos, Alonzo sirve de copiloto y los demás viajamos en el asiento trasero.
Alonzo y el chofer hablan rápidamente en español. Mi propio castellano es débil cuando mucho, de día estoy orillado a decir sólo hola y adiós, mientras que de noche, con unas cervezas, puedo hablarlo y entenderlo lentamente. La plática en los asiento delanteros parece inofensiva, solamente un intercambio logístico durante nuestro viaje.
Durante una hora y media, nos llevaron desde la ciudad y a través del campo. En todo el viaje, ambos hombres recibieron frecuentemente mensajes vía BBM –tal vez actualizaciones sobre nuestra ruta para mantenernos seguros-. Con cada mensaje recibido, la aguja de velocímetro se elevaba hasta que viajábamos casi a 100 millas por hora.
Me gusta la velocidad, pero sólo cuando yo voy manejando. Para calmarme, pretendí tener una razón para memorizar la ruta de nuestro viaje. Eso era en lo que me concentraba y no en la plática de quienes lideraban nuestro trayecto.
Llegamos a un pequeño aeropuerto donde guardaespaldas en traje sastre nos esperaban al lado de aviones de un solo motor. No fue hasta que abordamos las aeronaves que me doy cuenta que nuestro chofer era Alfredo Guzmán, el hijo de 29 años de ‘El Chapo’. Él se sentó a mi lado, fue designado para fungir como uno de nuestros acompañantes personales. Es guapo, delgado y está bien vestido, portaba un reloj que probablemente tiene más valor que todo el dinero guardado en los bancos de varios países. Es una belleza de reloj.
El avión despega y viajamos durante un par de horas. Dos aves lado a lado balanceándose entre las montañas de la jungla. Otra vez pienso en los enormes riesgos que está tomando ‘El Chapo’ para recibirnos: no nos vendaron los ojos y cualquier viajero experimentado podría ser capaz de triangular puntos clave para recrear el trayecto. Pero a través de su fe en Kate, a quién sólo conocía a través de BBM y cartas, gozábamos de esta inusual muestra de confianza.
Le pregunto a Alfredo cómo podemos estar seguros de que no somos seguidos. Sonríe (noto que no parpadea mucho) y señala un botón rojo cerca de los controles.
“Eso bloquea los radares’’, responde y agrega que tienen un contacto en el Ejército que les avisa cuando opera algún avión de vigilancia. Se dice confiado de que no hay ni un solo ojo sobre nosotros. Con ayuda de Kate, conversamos durante el viaje, siempre cuidadoso de no decir algo que pueda provocar que su padre no nos reciba.
Tras casi dos horas de vuelo, descendemos a un área a nivel de mar. El piloto, con ayuda de su celular encriptado, habla con alguien en tierra. Me da la impresión de que los militares están realizando un operativo en el área. Nuestro punto de aterrizaje original es determinado como inseguro y, luego de algunas maniobras de baja altitud, localizamos otro terreno donde dos camionetas nos esperan bajo la sombra de un árbol, así que aterrizamos.
El viaje fue lo suficientemente inestable y todos teníamos encima unos tragos de tequila Honor, una nueva marca que Kate estaba promocionando. Me bajo del avión y me dirijo hacia una de las camionetas, tiro mi bolsa en la cajuela y busco un árbol para orinar. Con el pene en la mano, lo considero una de las partes vulnerables de mi cuerpo a ser cortada por los cuchillos de narco irracionales. Lo miro por última vez y lo vuelvo a meter a mis pantalones.
Espinoza recientemente había tenido una cirugía de espalda, así que cuando se estiró, reajustó su corset quirúrgico. Se me ocurrió que tal vez uno de nuestros anfitriones podría confundir el corset con algún dispositivo que tuviera cables, un chip o un rastreador. Con todos los ojos sobre él, Espinoza ajustó el velcro en su vientre, nos miró con una sonrisa y dijo: “Cirugía de espalda’’, problema evitado.
Nos adentramos dentro de la jungla montañosa en un convoy de dos camionetas, cruzamos río tras ríos por siete largas horas. Espinoza y El Alto iban en un vehículo y Kate y yo en otro. En algunas partes, la jungla se convertía en campo y otra vez en bosque.
A medida que el camino se vuelve más elevado, la señalética anuncia la proximidad de localidades.
Entonces, cuando parece que estamos a punto de ingresar al reino de Oz, a la punta más alta del cerro, nos topamos con un chequeo militar. Dos soldados armados se acercan a nuestro vehículo, Alfredo baja la ventanilla, los soldados se alejan avergonzados y nos dejan pasar. La corrupción de toda una institución, ¿significa que estamos cerca del hombre?
Todavía manejamos por varias horas en la jungla antes de toparnos con cualquier señal que indicaba que estábamos cerca. Entonces, varios sujetos aparecen de la nada e intercambian radios con nuestros conductores. Le seguimos y pequeños pueblos se materializan entre la jungla, los lugareños se relajan cuando reconocen al chofer. Los celulares no funcionan aquí, así que me imagino que hay repetidores de radio en puntos topográficos altos para facilitar sus comunicaciones internas.
Dejamos Los Ángeles a las siete de la mañana y cerca de las nueve de la noche arribamos a un claro donde hay varias camionetas estacionadas. Un pequeño grupo de hombres se acerca, en algunas lomas veo varias cabañas. Me bajo de la camioneta y espero autorización para acercarme a la cajuela y sacar mis cosas. Asienten con la cabeza y me muevo, cuando lo hago ahí está… justo al lado de nuestro transporte. El fugitivo más famoso del mundo: ‘El Chapo’.
Mi mente inmediatamente repasa las cientos de fotografías y noticias sobre él que había leído. No hay duda de que él es el mero mero. Está usando una camisa de seda con estampado y pantalones negros de mezclilla. Se ve arreglado y saludable para un hombre fugitivo.
Abre la puerta de Kate y la saluda como a una hija que visita su hogar después de mucho tiempo. Parece que es importante para él expresar su afección por una persona que sólo había conocido de forma remota. Después de saludarla, me mira con una sonrisa hospitalaria y extiende su mano, la tomo. Me da un abrazo de compadre y me mira a los ojos mientras me saluda rápidamente en español. Reúno las suficientes agallas para explicarle en un español roto que dependo de Kate para traducir, es entonces cuando se da cuenta que su saludo no fue entendido. Bromea con sus hombres, riéndose de su suposición de que yo hablaba español y de mi confusión momentánea que lo dejó seguir hablando por tanto tiempo.
Nos llevan a una terraza sobre la loma, una familia local nos ofrece tacos, enchiladas, pollo, arroz, frijoles, salsa y… carne asada. ‘’Carne asada’’ es un término frecuentemente utilizado por los narcos para describir los cadáveres en ciudades como Juárez luego de ejecuciones en masa. Así que voy por los tacos.
El Chapo nos lleva hacia una mesa y nos ofrece bebidas. Estamos sentados en un área iluminada con algunas series, pero el perímetro está sumido en la oscuridad. Veo alrededor de 30 a 35 personas (El Chapo le confió a El Alto que había más de 100 de sus soldados en el área). No hay armas largas a la vista al estilo de Danny Trejo. La primera impresión que tuve de sus hombres se relacionaba más con un grupo de estudiantes en una universidad de la Ciudad de México: bien vestidos y peinados, se dirigían con educación. Ni uno sólo era fumador. Únicamente dos o tres llevaban armas en sus cinturones.
Nuestro anfitrión, al parecer, estaba preocupado de que Kate –la única mujer del grupo- no fuera acosada. Esta suposición sería corroborada más tarde.
Mientras nos sentamos en la mesa, se dan las presentaciones. A mi derecha estaba Alonzo, uno de los abogados del Chapo. Al hablar de los abogados del capo, el asunto se vuelve un poco turbio. Cuando estaba preso, las únicas visitas que podía recibir eran de sus ‘’abogados’’.
Evidentemente, algunos que podrían ser descritos como tenientes habían sido certificados como parte de su equipo legal. Alonzo visitó al Chapo dos horas antes de su escape. De acuerdo con Alonzo, él no conocía sus intenciones, pero eso no lo salvo de una golpiza brutal por parte de los oficiales que lo interrogaron después.
A mi derecha, está Rodrigo. Rodrigo es el padrino de las dos niñas de cuatro años de edad del Chapo y su esposa, la reina de belleza de 26 años, Emma Coronel. Rodrigo es el que me tiene preocupado. Su mirada está muy lejos, pero se veía muerta para mí. Mi especulación se vuelve audio y escucho las sierras eléctricas, siento salpicaduras. Yo soy la paranoia de Sean. Mis ojos se ven obligados a desplazarse a la derecha de Rodrigo, donde está Iván, el hijo mayor del Chapo. A los 32 años, es considerado el heredero del cártel de Sinaloa. Es un hombre atento y tranquilo. Al igual que su hermano, porta un reloj fabuloso. Y justo enfrente de mí, está nuestro anfitrión, con Kate a su derecha. Junto a Alonso, se encuentra Alfredo. El Alto se sienta al final de la mesa.
Espinoza, todavía en pie, se disculpa con Chapo y le pregunta si puede recostarse para descansar su espalda. Espinoza es así de atrevido, como si hubiéramos pasado esas agotadoras horas escalando una cumbre volcánica y ahora, a sólo tres pasos del cráter, dice: “me voy a tomar una siesta. Miraré en el agujero más adelante”.
Con Kate traduciendo, empiezo a explicar mis intenciones. Me sentía que había llegado como una curiosidad para él. El gringo solitario entre mis colegas, que se había montado en los faldones de la fe de ‘El Chapo en Kate’. Sentí su deleite mientras ponía mis cartas sobre la mesa. Me pregunta acerca de mi relación con el fallecido presidente de Venezuela, Hugo Chávez, con lo que parece ser una prueba de mi voluntad de ser condenado a través de mis relaciones.
Hablo de nuestra amistad de una manera que parece pasar una prueba de fuego intuitiva para medir la independencia de mi perspectiva. Le digo, sin tapujos, que un miembro de mi familia trabajó con la DEA, que a través de mi trabajo en Haití (soy CEO de J / P HRO, una organización no gubernamental con sede en Puerto Príncipe) logré entablar relaciones dentro del gobierno de Estados Unidos. Yo le aseguro que esos contactos no estaban relacionados de ninguna manera con mi interés por él. Mi único objetivo era hacer preguntas y entregar sus respuestas, ser juzgado por los lectores, ya sea en balance o en desprecio.
Le digo que entendía que en la narrativa dominante de los narcos, una de las más grandes hipocresías está en la complicidad de los compradores. No podía venderle una carnada y sabía que al escribir cualquier pieza, mis únicas cartas genuinas eran exponerme como un fan dispuesto a no juzgar.
Comprendí que cualquier otra cosa que pueda decirse de él, era claro para mí que no era un turista.
A lo largo de mi introducción, ‘El Chapo’ sonríe de forma cálida. De hecho, durante nuestra plática de siete horas, sólo lo vi sin esa sonrisa sólo en breves destellos. Como se ha dicho de muchos hombres notorios, él tiene un carisma indiscutible. Cuando le pregunto acerca de su dinámica con el gobierno de México, hace una pausa.
“Al hablar de los políticos, mantengo mis opiniones para mí. Ellos van hacer sus cosas y yo hago lo mío’’.
Debajo de su sonrisa, hay una completa falta de duda en su rostro. Una pregunta viene mientras lo observo. Tanto mientras habla y escucha. ¿Qué es lo que elimina toda duda en los ojos de un hombre? ¿Es el poder? ¿Claridad admirable? ¿O falta de alma? Falta de alma… ¿no era lo que que mi condicionamiento moral me obligaba a reconocer? ¿Es una falta de alma lo que debo percibir en él? Me esforcé, amigos, realmente lo hice. Y me recordé a mí mismo una y otra vez de la increíble pérdida de la vida, la devastación existente en todos los rincones del mundo narco.
“No quiero ser retratado como una monja,” dice El Chapo. Aunque esta representación no se me había ocurrido. Este hombre sencillo de un lugar sencillo, rodeado del simple cariño de sus hijos a su padre, y el suyo hacia ellos, no me parece apropiado de un lobo feroz. Su presencia evoca cuestiones de complejidad cultural y contexto, de sobrevivientes y capitalistas, de agricultores y tecnócratas, de empresarios inteligentes.
Un mesero nos deja otra botella de tequila. El Chapo nos sirve tres caballitos y brinda mirando a Kate “No suelo beber”, dice, “pero yo quiero beber con usted’’.
Después del brindis, me tomo un sorbo educado. Me pregunta si muchas personas en los Estados Unidos lo conocen. “Oh, sí”, le digo, y le informo que la noche antes de partir a México, un canal estaba retransmitiendo el documental ‘’Chasing El Chapo’’. Él parece deleitarse en el absurdo de la situación, comparte una sonrisa con sus hombres. Volteo hacia el cielo y me pregunto lo divertido que sería si un dron estuviera volando por encima de nosotros. Estamos en un claro, sentados a la intemperie. Me bebo el tequila y el zumbido desaparece.
Cedo a la sensación de seguridad que ofrecen el Chapo y sus hombres, considero que si hubiera alguna amenaza, ellos lo sabrían. Comemos, bebemos, y hablamos durante horas. Se interesa por el negocio del cine y cómo funciona. Él está impresionado con su rendimiento financiero. La parte de pérdidas y ganancias no le interesan. Él nos sugiere que consideramos cambiar de carrera y nos vayamos al negocio del petróleo. Dice que le gustaría invertir en el sector energético, pero que sus fondos de origen ilícito, restringen sus oportunidades de inversión. Él cita (pero me pide no nombrar en forma impresa) una serie de grandes corporaciones corruptas, tanto en México como en el extranjero. Agrega con desdén y encantado los nombres de varios a través del cuales lava su dinero y que toman su propio trozo cínico del pastel narco.
“¿Cuánto le van a pagar por el artículo?’’, pregunta. Respondo que, cuando hago periodismo, rechazo pago alguno. Me doy cuenta de que para él, la idea de hacer cualquier tipo de trabajo sin pago es un juego de tontos. A diferencia de los gángsters a los que estamos acostumbrados, que se ocultan detrás de numerosas empresas legales, El Chapo se apega a un juego ilícito, con orgullo.
“Puedo proporcionar más heroína, metanfetamina, cocaína y marihuana que nadie en el mundo. Tengo una flota de submarinos, aviones, camiones y barcos’’.
Él no tiene complejos. A pesar de los desafíos de hacer negocios en una industria tan clandestina, ha logrado construir un imperio. Me acuerdo del rumor alegando una recompensa ofrecida por el capo de cien millones de dólares al que asesine a Donald Trump. Menciono Trump, el Chapo sonríe irónicamente diciendo: “¡Ah! ¡Mi amigo!”
Su voluntad para hablar libremente, su consuelo con su posición en la vida y sus justificaciones extraordinarias, me recuerda a Tony Montana en Scarface, de Oliver Stone. Es la parte de la cena donde Elvira, interpretada por Michelle Pfeiffer, deja a Al Pacino y le grita en un lugar público. Los clientes en el restaurante lo mira, pero en lugar de esconderse de la humillación, se pone de pie y dice:
“Son todo un montón de jodidos idiotas. ¿Saben por qué? No tienen las agallas para ser lo que quieren ser. Tú necesitas gente como yo. Tú necesitas gente como yo’’.
Soy curioso, en el caos actual de Oriente Medio, del impacto que pueden tener en su negocio. Yo le pregunto: “De todos los países y culturas con las que usted hace negocios, ¿cuál es el más difícil?”
Sonriendo, él sacude la cabeza y dice un inequívoco “Ninguno”. No hay político que podría responder a la misma pregunta tan claramente o con tanto éxito, pero, de nuevo, los desafíos son muy diferentes.
Habiendo explicado mi intención, me pregunto si me concedería dos días para una entrevista formal. Mis colegas se marchaban por la mañana pero yo me ofrecía para quedarme y grabar nuestras conversaciones.
Hace una pausa antes de responder. Él dice: “Te acabo de conocer. Lo haré en ocho días. ¿Puedes regresar en ocho días?” Yo respondo que sí y les pido tomar una fotografía juntos para poder comprobar el encuentro a mis editores de la revista Rolling Stone. “Adelante”, dice.
Todos nos levantamos de la mesa como un grupo y seguimos al Chapo a una de las cabañas. Una vez dentro, vemos la primera señal de armas pesadas. Una M16 está en un sofá frente a la pared blanca en donde queremos tomar la fotografía. Le explico que, para fines de autenticación, que sería mejor si nos tomáramos la mano, mirando a la cámara. Alfredo toma la foto que más tarde me sería enviada”.

 

NOTA: Algunos nombres han sido cambiados, ubicaciones no nombradas.
Continuará…

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